Between Two Worlds Can Puerto Rico preserve its Caribbean beauty as it pursues the American dream? by Jennifer Hattam
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Diana de Ju (arriba), Miguel Dávila (abajo) y otros miembros de la comunidad se han unido al Sierra Club para proteger el Corredor Ecológico del Noreste.
Después de décadas de rápido desarrollo, Puerto Rico es 14% urbano, comparado con el 2,6% en el continente. Mientras que las áreas desarrolladas crecen tres o cuatro veces más rápidamente que la población, la densidad urbana está decreciendo, lo cual deja detrás una enorme cantidad de edificios abandonados. El 75% de la construcción que se realiza en la isla goza de excepciones urbanísticas, y el apoyo del gobierno es a menudo obvio incluso antes de las audiencias o el periodo de comentarios públicos. (Las agencias que se suponen que deben aplicar las leyes estadounidenses en la isla están con frecuencia demasiado lejos para hacerse oír. Por ejemplo, la Agencia de Protección Medioambiental supervisa Puerto Rico desde su oficina de Manhattan.) "La gran premura con la que aprueban los proyectos hace que los grupos comunitarios sufran un tipo de fatiga", dice Beauchamp. "La gente dice, '¿Para qué? Si el gobierno lo quiere, no hay nada que hacer".
Esta actitud, sin embrago, está cambiando lentamente, y el gobierno ha respondido con planes de casi duplicar el porcentaje de terrenos protegidos. (Actualmente es sólo el 5%, la mitad que el promedio de América Latina y mucho menos que Costa Rica, Panamá y la República Dominicana.) En 2001, el gobierno estableció un sistema de parques nacionales. "La conciencia medioambiental ha crecido al tiempo que la presión urbanizadora llega a las puertas de los puertorriqueños", dice Ramón Luis Nieves, quien supervisa los nuevos parques. "El sistema de parques no se hubiera aceptado hace una década".
La Parroquia Santiago Apóstol, la iglesia que presidía Beauchamp hasta que fue transferido a Roma el año pasado, es un centro de esa actitud cambiante. Aunque la sede de la parroquia es una tranquila plaza rodeada de un cine clausurado y tiendas en declive, el activismo de Beauchamp ayudó a revitalizar a la comunidad en su oposición a la construcción de hoteles en el Corredor Ecológico del Noreste, el cual empieza en las afueras de la población. Con nuevas urbanizaciones concentradas alrededor de la carretera, y sólo unas pocas en manos de residentes de esta área, la prosperidad pasó de largo a este pueblo.
Gran parte de la labor de Beauchamp la realizó entre las pequeñas comunidades playeras donde se fundó el pueblo en el siglo XVIII. Ha sido una región pesquera durante cientos de años, y al menos un tercio de los residentes todavía vive del mar. Miguel "Chan" Dávila es pescador, al igual que su padre, aunque ahora pasa más tiempo en su pequeña pescadería que en el bote pesquero debido a problemas de salud. Aunque nunca fue fácil, su ocupación se ha hecho más difícil en años recientes ya que la urbanización de la costa ha invadido sus lugares de pesca. "Cada día tenemos que ir más mar adentro. Salimos a las 4 de la tarde y regresamos a las 8 de la mañana", dice Dávila. "Hay menos pesca en las áreas costeras debido a la contaminación, y no nos dejan acercarnos a los nuevos puertos deportivos, donde el agua es más profunda porque nos dicen que estorbamos a sus barcos de recreo. Tenemos que cargar y descargar en una playa llena de barro en lugar del muelle".
Dávila es un hombre pequeño y tímido, que se mira a las manos o hacia el mar mientras habla. Pero como líder comunitario, se ha enfrentado a los urbanizadores en los tribunales, y ha ganado un caso contra uno de ellos que pretendía construir un puerto deportivo justo enfrente de su pescadería. También se ha querellado contra otro por impedir el acceso a la playa con cadenas y amenazar a los pescadores que se quejaron a las autoridades. Aunque a los puertorriqueños se les garantizó el acceso a las costas cuando España cedió la isla a Estados Unidos en 1898, los urbanizadores han encontrado un sinnúmero de maneras de esquivar la ley. "Fajardo es un pueblo costero, pero se está quedando sin costas", dice Dávila. "Solo quedan pequeñas secciones para el público".
Para proteger estos lugares de pesca y los bosques que se alzan tras ellos, Dávila y otros residentes -incluyendo a de Ju y Berríos, quienes lideran grupos medioambientales en sus barrios- se han aliado con el Capítulo de Puerto Rico del Sierra Club, Environmental Defense, National Wildlife Federation, Surfrider Foundation, y Waterkeeper Alliance. La coalición ha logrado apoyo comunitario a través de actividades como picnics y limpieza de playas, al tiempo que se ha querellado contra los planes urbanísticos de Marriott en la mismísima Corte Suprema de Puerto Rico. Una querella de sus miembros provocó que el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos reconsiderara su decisión de que el proyecto de Four Season no dañaría a las tortugas marinas. Una propuesta de ley apoyada por la coalición y presentada ante la legislatura puertorriqueña designaría todo el Corredor como reserva natural. Esta iniciativa conectaría El Yunque con el ya protegido extremo nororiental de la isla, donde los tres promontorios de las Cabezas de San Juan se adentran en el Atlántico.
Si se cumple el sueño de proteger este tesoro natural, los excursionistas caminarían por sendas históricas. Los indios taínos, quienes llegaron a la isla hace mil años, consideraban El Yunque el hogar sagrado del creador. En un viaje ritual, navegaban por ríos desde la costa justo al oeste de Las Cabezas, a las cumbres nubosas de El Yunque. El nombre del bosque viene de la palabra taína "yuque", que significa "tierra blanca". Cuando las nubes envolvían a las cumbres, los taínos creían que estaban en presencia de dios. Los indios tomaban cahoba, un polvo de semillas de un árbol local que usaban para inducir alucinaciones y aumentar la experiencia mística.
Aunque gran parte de El Yunque permanece como la vieron los taínos por última vez, a los viajeros de hoy en día no se les puede culpar si su experiencia en el bosque pluvial es menos inspiradora. En las carreteras atestadas de las afueras de San Juan, las panaderías compiten con Papa John's y Pizza Hut, mientras que McDonald's promociona su "McMenú del Dólar" y una gasolinara ofrece "desayuno a la carrera". El viaje desde la capital es sólo de 25 minutos, pero hay tiempo de sobra para mirar alrededor. Todos los 2,4 millones de carros que hay en Puerto Rico parecen estar en la Ruta 3 al mismo tiempo, y ni siquiera es la hora punta.
Pronto los restaurantes de comida rápida de abigarrados colores y los brillantes concesionarios de carros dan paso a carteles avejentados y montones de basura. Edificaciones aisladas salpican la vegetación, en lugar de todo lo contrario. Los airones vuelan sobre un campo roñoso, y los picos del bosque pluvial comienzan a despuntar en la distancia. Una vez que salimos de la carretera principal, el paisaje se convierte rápidamente en rural. El sol brilla a través de las hojas de los árboles, moteando de sombras los campos aledaños. Un terreno previo al centro de visitantes muestra un revelador cartel: "Se Vende".
"A principios del siglo XX, todo lo que se veía de aquí hasta la costa era caña de azúcar", dice Pablo Cruz, el afable guardabosques supervisor de El Yunque. Pero en la década de los 70, luego que la economía de la isla se disparara e industrializara, los plantadores de caña empezaron a vender sus propiedades a los urbanizadores. Un enorme hotel Westin con apartamentos y dos campos de golf se vislumbra desde la entrada al bosque pluvial al otro lado de la carretera. No cesan de surgir centros comerciales y casas de lujo, e incluso las residencias más modestas también causan problemas. Con la invasión de las casas, también llegan al bosque pluvial los perros y gatos callejeros, una amenaza para las aves indígenas -incluyendo el Zumbadorcito de Puerto Rico, el zumbador verde, el guabairo de Puerto Rico y la cotorra puertorriqueña- además de otros animales autóctonos que habitan en la reserva forestal más antigua del Hemisferio Occidental.
"Queremos mantener una pequeña parte de Puerto Rico tal y como estaba antes de la exploración europea", dice Cruz. Una vez que el visitante entra en el bosque, el mundo moderno realmente parece lejano. Los robles se yerguen sobre nuestras cabezas y nos dan sombra con sus grandes hojas. Las orquídeas enanas, más pequeñas que la uña de un dedo meñique -una de las 50 especies de orquídeas indígenas de este bosque- crecen entre el musgo de un tronco. También vemos pequeños tallos de bambú y vulvas de jengibre de color rojo anaranjado que despuntan de la vegetación, la cual incluye 250 especies de árboles y unos 150 tipos de helechos. El San Pedrito de Puerto Rico -un ave reliquia que una vez vivió en México, Estados Unidos y el Caribe, pero que ahora sólo se encuentra en esta isla- revolotea de árbol en árbol como un colibrí.
Originalmente establecido en 1876 por el Rey Alfonso XII de España, El Yunque es el único bosque pluvial tropical en el sistema del Servicio Forestal de Estados Unidos. Un ley aprobada en diciembre por el Congreso de Washington protegerá casi un tercio de sus 29.000 acres bajo el nombre de Reserva de El Toro. Pese a que los gobiernos tanto españoles como estadounidenses han reconocido la importancia de este lugar, el avance del urbanismo y el turismo puede dejar poco que disfrutar. Las llamadas "islas de calor" de concreto han disminuido las precipitaciones en el bosque, dice Ariel Lugo, director del Instituto Internacional de Bosques Tropicales en Río Piedras. La urbanización desmedida podría dejar a El Yunque, el cual provee de agua al 20% de la población de la isla, tan sediento como los residentes de Luquillo. Pero el ecosistema de Puerto Rico, como sus residentes, tienen aguante.
"Luego del paso del Huracán Hugo en 1989, El Yunque parecía como si se hubiese incendiado", dice Lugo. "Esas cuatro horas de tempestad lo destruyeron casi todo". Pero como los incendios en las zonas templadas, los huracanes son agentes renovadores en el Caribe, ya que desplazan árboles viejos más susceptibles a las enfermedades y abren la tupida bóveda del bosque para que llegue la luz a plantas más pequeñas. Pocos años después de Hugo, prosperaron flores, arbustos y helechos que no se habían visto en décadas. "Es parte de la gran fortuna que tenemos aquí, esta fuerza con la que se recupera la naturaleza", dice Lugo. "Pero los ecosistemas también necesitan espacio y recursos. Hay que darle a la naturaleza la oportunidad de recuperarse".
Jennifer Hattam es editora asociada de Sierra.
Actúe: Actúe Escriba al gobernador de Puerto Rico, Hon. Aníbal Vilá, La Fortaleza, P.O. Box 9020082, San Juan, Puerto Rico 00902-0082, y pídale que apoye la protección permanente del Corredor Ecológico del Noreste. Para enviar su mensaje online o para planear su viaje a la isla, visite sierraclub.org/corredor.
Photos, from top: Carmen Guerrero Perez; Jennifer Hattam.