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Sierra magazine
Marcha por la Supervivencia

Estudiantes de Nueva York se Solidarizan con los Tinglares de Puerto Rico

Por Erika Hayasaki, Traducido por Javier Sierra

en ingles

Una caravana frena en los bosques de Puerto Rico y varios jóvenes se bajan en un lugar donde la hierba les cubre hasta las rodillas. Acaban de dar las 10 de la noche. Los matorrales se mecen con el viento bajo un cielo de mármol negro salpicado de estrellas, mientras siete estudiantes puertorriqueños de Nueva York siguen la llamada del océano en una apartada playa de Puerto Rico.

Avanzando por lo más profundo del Corredor Ecologico del Noreste, una sección costera al norte del bosque de El Yunque, pueden atisbar las olas en la distancia. La fresca brisa del mar les acaricia mientras se quitan los zapatos y si adentran en la sedosa arena caliente.

Abril De Los Santos, de 16 años, descubre un palo coronado de cintas rojas y azules que sobresale de la arena. Con cuidado la rodea, y más tarde se alegra de haberlo hecho. El palo, se enterará más tarde, fue colocada allí por un investigador marino para señalar el nido de una tortuga tinglar.

"No se permiten ni iPods ni celulares, por favor", advierte una guía. "Si hay luces, las tortugas se confunden".

El grupo obedece, y guardan cámaras y linternas. La luna y las estrellas de aquí en adelante serán nuestras luces.

"Esperemos", les dice la guía, al detenerse cerca del agua. "Si las tortugas ven a personas demasiado cerca del agua, se van a dar la vuelta".

Los jóvenes — seis chicas y un chico — y sus acompañantes se quitan las mochilas, desenrollan toallas y se preparan para una larga noche. Van a dormir en la playa si no hay más opción, cualquier cosa para presenciar a la mayor especie de tortuga marina del mundo — algunas pesan hasta 2,000 libras — adentrarse en la costa durante la marea alta para depositar sus huevos.


Muy lejos de sus hogares, estudiantes de secundaria de Nueva York caminan por las calles de Luquillo para participar en el Festival Anual de los Tinglares.

Los estudiantes han viajado a Puerto Rico como parte de un proyecto de vacaciones primaverales organizado por el Programa Construyendo Puentes a la Naturaleza del Sierra Club. Han venido en busca de la posibilidad de caminar por un bosque pluvial, sentir las aguas de una cascada en sus caras y visitar en un kayak una laguna bioluminiscente. Pero una misión fundamental define su viaje: concienciar al público sobre los tinglares, una especie que ha habitado las costas y mares del planeta desde la era de los dinosaurios. Hoy, los tinglares están en peligro de extinción, e incluso en esta playa de siete millas y la reserva ecológica de 3,200 acres, todavía confrontan la amenaza de perder su hábitat de anidaje debido al desarrollo urbano. Antes de acabar el viaje, los estudiantes van a participar en una conferencia de prensa y marchar en el Festival de los Tinglares.

Pero primero, arden en deseos de ver a un tinglar. Quizá tengan la suerte de oír un tinglar hembra gruñir y resollar mientras se arrastra por la arena. O ver cómo desplaza arena con sus poderosas aletas traseras en un ritual conocido como "la danza de la tortuga", el cual consiste en cavar un hoyo lo suficientemente profundo para depositar sus huevos, cada uno del tamaño de una bola de villar.


Abril De Los Santos, en su casa de El Bronx.

Cerca de una autopista en El Bronx, nueve edificios de ladrillo se alzan en una isla de concreto y vidrio rodeada por la carretera. Estas son las Bronx River Houses, el hogar de 3,000 residentes de bajos ingresos. Abril De Los Santos, una estudiante del Bronx Lab School, vive aquí con su familia.

Su apartamento de tres habitaciones, en el último piso de un edificio con un elevador poco fiable, es un refugio de la vorágine de la ciudad, con paredes adornadas con vibrantes pinturas y fotos que hablan de historias sociales y políticas. Los padres de Abril — llamada así en honor a la Revolución de Abril de 1965 en la República Dominicana- con frecuencia la llevaban cuando era niña a manifestaciones en apoyo de los derechos de los gays, los trabajadores y los inmigrantes. La puerta de su dormitorio está cubierta de posters de Frida Khalo, Angela Davis y Rigoberta Menchú. Pero no fue hasta hace poco que su activismo adquirió un sabor medioambiental. "Si el mundo en el que vives se está derrumbando", se pregunta", "¿dónde vas a vivir"?

Abril estaba ansiosa de aprender más sobre las retos medioambientales de Puerto Rico, pero comprendió que toda una vida de activismo le estaba esperando en su propio hogar. Ha heredado la pasión de su padre por la fotografía. Sus fotos, tomadas con su inseparable cámara de 35 mm, muestra El Bronx en tonos grises. Entre sus favoritas: una mujer empobrecida de su barrio alimentando gatos callejeros en un solar abandonado.

"Nos están echando de nuestras comunidades y a la gente la están despidiendo de sus trabajos", dice Abril en esta tarde lluviosa. En el cuarto contiguo, su madre pela maní y escucha música folclórica de su tierra. Pero los problemas de El Bronx van más allá de la pobreza. "Hay contaminación y no se puede respirar", dice. "Hay gente que tiene asma y se ponen enfermos". De hecho, las tasas de mortalidad por asma en partes de El Bronx -sede de una planta de tratamiento de aguas cloacales, fábricas contaminantes y autopistas llenas de humos tóxicos- son tres veces más altas que el promedio nacional.

Abril se pregunta, ¿cómo puede una joven como ella impedir la destrucción de su barrio?

Resulta que esa pregunta será respondida en parte en Puerto Rico, donde activistas comunitarios se han opuesto a planes recientes de amenazar las playas de anidaje de los tinglares construyendo dos complejos turistico-residencial que hubieran incluido campos de golf, 700 habitaciones de hotel y 4,000 residencias de lujo. El Capítulo de Puerto Rico del Sierra Club ayudó a los residentes a organizarse para proteger el corredor ecológico inundando la oficina del entonces Gobernador de Puerto Rico, Aníbal Acevedo Vila, con miles de emails, postales, cartas y dibujos de escolares.

Fue una batalla que los activistas ganaron el 4 de octubre de 2007, cuando Acevedo Vila ratificó una orden ejecutiva que estableció la reserva natural.


Desde la izquierda: Una misión de limpieza a lo largo del Bosque Nacional de El Yunque. Crías de tinglar como ésta, fueron la razón de la excursión caribeña de los estudiantes. Investigando la curiosa flora de la isla.

La mañana de la expedición en busca de tinglares, Abril se levantó a las 5 a.m., junto con Jeanelsy Rodríguez, de 16 años, una estudiante de secundaria del programa Liderazgo y Servicio Público, una iniciativa desde cuya sede se puede ver el Punto Cero de Manhattan. Todavía somnolientos, se levantaron para ver el amanecer sobre el Océano Atlántico desde el balcón de una casa de playa alquilada en el pueblo de Luquillo, cuya población es de 20,000 habitantes.

Abril tomó fotos mientras el astro rey se levantaba en el horizonte con un rabioso color naranja, difuminando lo quedaba de la noche con tonos entre aguamarina y azul marino. En sus fotos, las colinas arboladas se alzan en la distancia sobre la confluencia del mar. Las colinas son parte del Corredor Ecológico del Noreste, donde los estudiantes aguardarán a los tinglares esa noche. Ya han pasado el día previo en la misma reserva natural caminando y retirando basura: botellas de cerveza, envoltorios de caramelos, vasos de plástico.

"Estoy segura de que no tirarías basura en tu casa de esta manera", dice la estudiante del Bronx Lab Jazmine Benoit, de 14 años, después de la excursión. "La tierra es tu hogar".

Los estudiantes han aprendido que la basura que se acumula en las costas o vaga por el océano daña a los tinglares. Se acumula a lo largo de los bancos de algas, y los tinglares a menudo confunden objetos de plástico con aguavivas, su comida favorita.

En la excursión de limpieza, Jonathan Cabal, de 15 años, un espigado estudiante del Bronx Lab, se ha detenido a disfrutar de la vista. "Qué hermoso, el océano es tan puro", dice. "Me lo imagino con hoteles y casas privadas. No sería lo mismo. Cambiaría algo maravilloso en algo normal".

Los intentos de crear una zona segura para los tinglares en Puerto Rico son parte de una campaña mundial para salvar a las tortugas marinas. Aunque los tinglares se consideran en peligro de extinción en Estados Unidos desde 1970, sus rutas de migración hacen su preservación incluso más difícil. Es la tortuga más extendida por el mundo y en el Océano Pacífico ya está al punto de extinguirse. En los últimos 30 años, el número de tinglares hembras se ha reducido de 115,000 a 25,000, según el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre. Los lugares de anidaje siguen amenazados, y en alta mar las tortugas están amenazadas por largas líneas de señuelos, redes de agalla, otras redes y buques camaroneros. Incluso sin los peligros del hombre, la travesía de los tinglares es una odisea, y comienza incluso antes de nacer.

Las luces acribillan la noche. Los estudiantes observan mientras las luces penetran el bosque, en la bajada hacia la playa y hacia su lugar de acampada. Se han entretenido imitando la danza del tinglar, agitando sus brazos y piernas como aletas, salpicando el aire con arena.

Sería increíble ver un tinglar, dice Jonathan. Pero incluso si no lo ve, seguirá saboreando este respiro del estrés que le espera en El Bronx. Jonathan comparte su apartamento con su abuela, madre, hermana y dos hermanos. Su padre hace poco que les ha abandonado, y Jonathan no le habla. Se siente furioso cuando pasa demasiado tiempo en su hacinado apartamento, y en su barrio hay pocos lugares naturales que disfrutar de manera segura, dice.

"Sólo vivir en El Bronx es difícil", dice. "No hay muchas oportunidades, e ir a la escuela es una batalla. Hay criminales, pandillas y todos estos peligros que te puedes encontrar en cualquier momento".

Jonathan quiere convertirse en un periodista de televisión, pero ahora mismo su principal meta es llegar a la universidad.

"Estoy decidido", dice. "No me veo desviándome por el mal camino. Sólo me dejaré ir por el camino correcto". Se acercan las luces de un carro. Es un jeep que se detiene y de él baja Héctor Horta, un biólogo de vida silvestre local. Ha estudiado el Corredor Ecológico del Noreste durante 24 años, y ahora monitorea los tinglares para el Departamento de Recursos Naturales y Medioambientales de Puerto Rico.

Horta explica que sus colegas están vigilando la playa en busca de señales de anidaje de tortugas. El mes pasado, hallaron casi 100 nidos. Horta ha registrado más de 400 nidos en un solo año, y sólo 250 otro año. Si encuentran uno esta noche, dice, van a llamar a los estudiantes.

Esta es la oportunidad para los estudiantes de preguntar lo que se les antoje sobre los tinglares. Todos le rodean.

"¿Cómo sabe la tortuga cuáles son los huevos falsos?", pregunta Shaila Gómez, de 17 años, una estudiante de la Escuela Secundaria de Liderazgo y Servicio Público.

"No lo sabe", responde Horta. "No puede distinguirlos". La madre pone entre 60 y 120 huevos, de los cuales un 80% es fértil, agrega. La incubación dura unos 60 días.

"¿A qué peligros se enfrentan los tinglares en la playa?", pregunta David Veliz, el coordinador del programa Construyendo Puentes a la Naturaleza que ayudó a planear el viaje.

"Principalmente el peligro es salir del mar, depositar los huevos y regresar", explica Horta. Los biólogos estiman que sólo una de cada 1,000 crías sobrevive para convertirse en una hembra adulta. Los mapaches, las ratas, los gatos y otros animales destrozan los nidos incluso antes de que los huevos eclosionen. Si el nido sobrevive lo suficiente como para que una cría emerja, todavía tiene que llegar al mar. Se guía por las luces de las estrellas y la luna al reflejarse en la superficie del mar. Las luces artificiales de los hoteles, las calles y los hogares pueden desviarlas. Mientras tanto, zorros, gaviotas y perros los cazan mientras avanzan lentamente hacia el agua.

"¿Cómo se les ayuda a que lleguen al agua?", pregunta Abril.

"Como biólogos de vida silvestre, tratamos de no entrar en contacto con esta especie", responde Horta, explicando que ellos tratan de supervisar, observar y contar los huevos sin interferir en el proceso de eclosión.

Cuando se terminan la preguntas, Horta le dice al grupo, "Esperemos a ver qué pasa esta noche".

Los estudiantes están desparramados por la arena, exhaustos pero ansiosos. Miran al cielo y describen las formas que creen ver. "Veo una ballena", dice Abril.

"Parece que alguien viene corriendo", dice Jonathan.
"El abominable hombre de las nieves", dice Shaila.
Veliz se aproxima y pregunta, "¿Cómo se sienten en una escala del 1 al 10?"
"Yo voy por el 20", dice Abril.
"Y yo estoy en la nube número nueve", dice Jonathan.

Se sienten como si se pudieran quedar aquí para siempre. Pero se hace tarde. Los acompañantes tiene sueño. Y al grupo les espera un gran día mañana, empezando temprano con una conferencia de prensa en San Juan.

Los estudiantes empacan sus pertenencias y se preparan a regresar a la casa de la playa. Tienen arena en el pelo y picaduras de insectos en las piernas. No pudieron ver tortugas, tampoco huevos, ni a las valientes crías esforzándose hacia el agua. Pero ninguno está decepcionado.

"Pudimos contemplar las estrellas", dice Abril

En la conferencia de prensa la mañana siguiente, Abril se dirige a las periodistas en español: "Ayer fue uno de los días más maravillosos y emocionantes de mi vida. Gracias a Construyendo Puentes a la Naturaleza, muchos más estudiantes podrán aprender sobre los ecosistemas y cómo cuidarlos".

Temprano al día siguiente, Abril aborda un avión con destino a Nueva York, con su cámara llena de recuerdos de Puerto Rico en un lugar seguro de su maleta. Mientras el avión despega, los estudiantes miran por las ventanillas los contornos de la isla, sabiendo que en algún lugar ahí abajo, anidadas bajo la arena, una cría de tinglar se desprende de su cascarón y se prepara a vivir libre.

En Ecocentro: Ayude a los tinglares: Urja al Gobernador de Puerto Rico, al Secretario del Interior en Washington, DC, y a la Administración Nacional del Océano y la Atmósfera a que protejan el hábitat de las tortugas.

Erika Hayasaki es una ex redactora de temas educativos y ex corresponsal nacional de Los Angeles Times. Ella enseña periodismo literario en la University of California, Irvine.

Este viaje fue financiado por el programa del Sierra Club Construyendo Puentes a la Naturaleza, el cual trabaja para dar a todos los niños de Estados Unidos la oportunidad de disfrutar del mundo natural.


Photos, from top: Angel Valentin, Sara Stathas, Angel Valentin, Michael Turco, Angel Valentin; used with permission

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